Apellidos Canarios, una Riqueza Cultural

Apellidos Canarios, una Riqueza Cultural

12 septiembre, 2015 Desactivado Por Sociedad Puertorriqueña de Genealogia

El uso del apellido en el siglo XV nada tiene que ver a la ordenación actual del mismo.

El apellido comienza a usarse en el siglo IX en Castilla. Por aquel entonces los hijos comenzaban a utilizar, junto con su nombre propio, el del padre añadiéndole la terminación “ez” y a veces, incluso “iz”, “oz” y “az”, para designar que era hijo de esa persona. El nombre de un padre llamado Rodrigo se convertiría en el apellido Rodríguez. Los hijos de Rui serían Ruiz, los de Gonzalo, González, los apellidados Díaz, eran hijos de Diago o Diego que a su vez era una abreviatura de Santiago que a su vez lo era de San Jacobo o dicho en hebreo, Sant Iacob; pero con el tiempo se observó que esto no era suficiente para identificar a la familia. A partir del siglo XV se utiliza indiscriminadamente el uso de los apellidos de tal forma que los hermanos de una misma familia adoptaban distintas formas del mismo o distintos apellidos; de esta manera surge la necesidad de distinguir a los núcleos familiares en función del apellido que llevaran, los cuales marcaban su pureza de sangre o su linaje noble. Con la Inquisición y las exigencias de la nueva España que se estaba consolidando como unitaria y católica, las familias procedían a realizar la llamada “limpieza de sangre” para verificar que su linaje era de cristiano puro diferenciándose así, de los nuevos cristianos por cuyas venas corrían sangre judía o morisca.

En el siglo XVI se establece la obligatoriedad de inscribir en los libros parroquiales, los bautismos, bodas y defunciones lo que suponía la adquisición de unos apellidos que de alguna forma debían transmitirse de forma fija en los descendientes aunque esto se realizara de manera anárquica y adoptando de patronimidad el linaje mas conveniente Así una persona podía apellidarse como su abuelo y su hermano utilizaría el apellido de la madre, de tal forma que se daba el caso de que cada hijo tenía un apellido distinto.

En Canarias y durante varios siglos se le daba preferencia a la sucesión del apellido materno salvo en el caso de que la línea paterna procediera de un linaje de reconocida nobleza. A veces, cuando se registraba un mayorazgo, su fundador establecía como cláusula la obligatoriedad de que su beneficiario y descendientes utilizaran obligatoriamente los apellidos del primero. De esta forma se salvaguardaba el nombre de una dinastía.

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Por: Cristina López-Trejo Díaz